El hombre que hablaba del cielo / Irma del Águila

del aguila

Al igual que «La medida del mundo» y «La medición del mundo«,  esta magnífica novela de la autora peruana Irma del Águila es un libro con ciencia y ficción, aunque no de ciencia ficción. Publicada en 2011, se hizo acreedora al III Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro.

La acción inicia en 1615, frente a la playa de Cerro Azul, al sur de Lima, donde se produce una batalla marítima entre buques de la armada española y corsarios holandeses, quienes habían iniciado una política de expansión y apertura de mercados por todo el mundo, lo que incluía ataques a emplazamientos y colonias del gran imperio español. En Cerro Azul, los holandeses resultaron victoriosos, hundiendo dos navíos españoles. Sin embargo, viéndose en la necesidad de contar con alguien que pudiera guiarlos en nuestras costas, exóticas para ellos, tomaron como prisionero al sobreviviente de una de las naves, un navegante de nombre Esteban.

Cerrado el episodio de la batalla, la acción da un giro por demás interesante. Tras ser hecho prisionero por los corsarios holandeses, capitaneados por Jaris van Spielbergen, Esteban tendrá que adaptarse a un mundo nuevo para él, es decir, a un barco de manufactura distinta a la hispana, una tripulación que no habla su idioma ni comparte su religión y que para colmo emplea un instrumento de navegación del cual sólo había tenido noticias pero que jamás había tenido oportunidad de contemplar: un telescopio.

Nótese que Esteban resulta siendo tan novedoso para los holandeses como lo es el telescopio para él.  De hecho, el capitán, interesado en hallar un «uso» útil para el prisionero, le dedicará largas horas con el fin de enseñarle los rudimentos de su idioma, así como instruirlo en el manejo del telescopio, el cual tiene fascinado a Esteban. El uso del novedoso instrumento se convierte en un pretexto para que el perulero, marino al fin y al cabo, predispuesto por lo tanto a aceptar nuevas ideas relativas al arte de navegar, acceda también a la novísima cosmovisión y filosofía que ya formaba parte del ordenamiento mental de los holandeses, esto es, la aceptación de la tesis heliocéntrica y la división entre el orden político y el orden religioso, ideas que hoy nos son comunes, pero que en el aquel tiempo, llevaba a considerar como herejes a quienes las profesaran. Asistimos pues a un proceso de «cambio de mentalidad» que experimenta nuestro compatriota, aún deudor de la concepción ptolemaica del universo – ¡para los contemporáneos de Esteban, la Tierra seguía siendo el centro del universo! – , idea que se ve socavada por los cálculos y descubrimientos realizados por Nicolás Copernico, considerados herejía por la Iglesia Católica de su tiempo, y a los cuales puede acceder Esteban merced al interés pedagógico de su captor, deudor de la riquísima cultura del Renacimiento.

Es a raíz de esta necesidad de complementar sus conocimientos que el holandés y el perulero inician una relación, de desconfianza mutua al principio, y de respeto y acaso de amistad después. Ambos son, a fin de cuentas, hombres de mar, es decir, comparten experiencias y necesidades similares, las cuales borran las diferencias que van descubriendo superficiales, como la fe religiosa.

Resulta crucial el capítulo en el cual el capitán Spielbergen induce a Esteban para que observe, ya no el horizonte, sino la propia Luna con el telescopio. Así, contempla por primera vez cosas tan sorprendentes como las sombras de las montañas lunares y otros detalles que hacen evidente que la Luna no es un disco plano puesto ahí para que sirviera como una luz nocturna a la Humanidad, sino que es una esfera, un mundo similar a la Tierra, tal vez habitada por seres inteligentes…

Así, Esteban inicia, acaso sin quererlo, una aventura de carácter intelectual, pues inicia con un hombre que parte de un mundo inamovible, geocéntrico y ordenado; para culminar con la remoción total de varias de las ideas que sostenían sus nociones respecto a lo que era real y justo en lo tocante a la posición del mundo en el universo, así como a la posición – léase autoridad – que ocupan respecto a él los reyes, virreyes y sacerdotes. El cambio que se opera en el mundo de Esteban está muy  bien narrado, al punto que el propio lector acaba incorporándose a ese proceso de transformación que se  logra mediante la adquisición de nuevos conocimientos.

Así, las aventuras del navegante Esteban, se fusionan con otro tipo de aventura, resultante de comparar su caduco e insostenible  sistema de creencias con los nuevos conocimientos e ideas propios de una cultura moderna como la Holanda, que se fundamentan en el método científico antes que en la tradición o el dogma.

En este y en cualquier otro siglo, la aventura del pensamiento humano siempre está por comenzar.

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