La faz de las aguas / Robert Silverberg

aguas (2)

El escenario en el cual transcurre la aventura no podría ser más intrigante: un planeta cubierto solamente de agua, apropiadamente llamado Hydros, poblado por una especie anfibia inteligente que apenas puede tolerar la presencia de los colonos humanos que se han establecido en el planeta, colonos que más bien se asemejan a prisioneros o exiliados, pues arriban a Hydros a sabiendas de que jamás volverán a sus planetas de origen. Siendo apenas unos centenares, se adaptan a las condiciones de Hydros lo mejor que pueden. No se trata de entusiastas colonos, sino mas bien una suerte de seres marginales que huyen de su pasado, descendientes algunos de viajeros llegados generaciones atrás, que tienen que arreglárselas como pueden con las escasas muestras de tecnología terrestre con las que cuentan. El ejercicio de la medicina, por ejemplo, está lleno de limitaciones y riesgos.

A estas condiciones se añade un conflicto generado por el abuso cometido por un humano contra un miembro de una de las especies semi inteligentes de Hydros, lo que conlleva a la expulsión de los humanos de las islas que se les ha permitido habitar, islas artificiales creadas con hierbas nativas, como las islas de los Uros del lago Titicaca.  Catorce de ellos se embarcarán en la Reyna de Hydros, una de las pocas naves de las que disponen, la cual, si bien pertrechada y construida bajo los más avanzados estándares de la tecnología terrestre (quien sabe cómo llegó a Hydros), no siempre resultará eficaz para enfrentar a los peligros ocultos de Hydros, cuyas especies marinas son, en su mayoría, tan exóticas como mortíferas, además de contar con corrientes marítimas de comportamiento impredecible.

La tripulación de la nave tiene una composición de lo más variopinta. Médicos, un sacerdote descreído, un psicópata, entre otros, partirán en búsqueda de un lugar conocido como «la faz de las aguas», donde, al parecer, habría tierra firme y condiciones óptimas para los terrestres.

Como puede deducirse, estamos ante una novela enfocada antes en el aspecto aventurero de la travesía que en la ciencia ficción propiamente dicha. El ambiente extraterrestre, pese a su exotismo, bien podría ser cualquier mar terrestre, y los habitantes originarios de Hydros, cualquier pueblo de la Polinesia, por poner un ejemplo. La novela, planteada como una suerte de Odisea, o de viaje iniciático con revelación trascendental – y muy, muy de ciencia ficción – hacia su final; termina por convertirse en un best seller al uso, es decir, una trama inflada de peripecias (algunas repetidas) que bien pudo resumirse en unas ciento y  pico páginas a lo sumo. Supongo que Silverberg cayó en la tentación del best seller a pedido de algún editor consciente de su fama.

Con todo, Silverberg es mucho Silverberg, y si bien la novela se pone tediosa por momentos (ah, esos conflictos amorosos/interpersonales/religiosos, esas escenas marítimas a lo Verne…), cumple con capturar la atención del lector y hacerlo pasar un rato, lo que no es poco.

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